25 de febrero de 2009

Enamorarse en el metro

¿Cuántas veces os habéis enamorado en el metro...?

Desde que tengo coche se me había olvidado. Ahora mi coche se ha roto y he vuelto a recordar la cantidad de veces al día que soy capaz de enamorarme en 30 minutos de trayecto en el suburbano.

Y ya que viene al caso, os dejo este magnífico corto sobre el tema, con una Ariadna Gil jovencísima...

22 de febrero de 2009

Estoy con Pe

Pe es una tipa que me cae bien. El otro día, algunos miembros masculinos de mi familia, whisky en mano, hicieron alarde de ese machismo recalcitrante que me saca de mis casillas diciendo que Pe era una zorra por su larga lista de novios y aseguraban que el progreso de su carrera como actriz lo había logrado a base de polvos. En fin, no voy a entrar en el estúpido debate de por qué una tía es puta y por qué un tío es un machote cuando cada uno lleva una vida sexual plena y satisfactoria con quien le da la gana. Porque ese estúpido debate es el que me pone violenta e iracunda y hoy no me apetece, que es domingo por la mañana y hace sol en la capital.

Estoy segura de que me llevaría bien con Pe. Es una tía trabajadora y con estilo (me encantan todos los vestidos que luce en las galas, y es que o ella o su estilista saben cómo sacarle partido a ese spanish body que tiene); es una madrileña sencilla que se levanta de mal humor de la siesta y a la que no le gusta que le den el coñazo con su vida sentimental. Como todos.

Pe, sin duda, sería mi elección si me hicieran elegir en la típica encuesta de '¿Con qué personaje famoso se iría usted de cañas?'.

Excepto 'El curioso caso de Benjamin Button', no he visto ninguna de las pelis por las que compiten el resto de nominadas a mejor actriz de reparto, así que no puedo comparar, pero en 'Vicky Cristina Barcelona', Penélope lo clava. Para mí ella fue lo mejor de una peli de la que, tratándose de Woody Allen, me esperaba más.

Suerte para esta noche, Pe.

2 de febrero de 2009

Las lágrimas de Federer

Era la decimonovena vez que se veían las caras Roger Federer y Rafael Nadal. Pasaban ya cinco años desde que el consagrado tenista suizo se cruzaba en las pistas de Miami con una joven promesa española de tan sólo 17 años. Y Federer perdió. Y desde entonces Nadal, sin intención alguna, se convirtió en su peor pesadilla.

Durante todo el año pasado, en los cuatro partidos en los que se enfrentaron (en las finales de Montecarlo, Hamburgo, Roland Garros y Wimbledon), Federer fue incapaz de ganar a Nadal. Un Nadal al que todos, incluido el suizo, hemos visto madurar como persona y como tenista. Junto a estos títulos, a Roger se le escapó la corona de número uno del tenis, también en manos de Rafa. Le tocaba pasar a ser el número dos.

Roger no ha podido más. Todos tenemos propósitos de año nuevo, y Federer quería hacerse con este primer Grand Slam de la temporada para así igualar el récord de Pete Sampras. Pero no pudo ser. Tras más de cuatro horas en un épico partido marcado por el terrible calor presente en la Rod Laver Arena, Rafael Nadal, con ese tenis de desgaste tan suyo, se convirtió en el primer español en llevarse el Abierto de Australia.

La imagen del partido no fue ese Rafa tan sudoroso como victorioso tumbado en suelo. La imagen del partido fueron el cansancio y la frustración acumulados, tanto de este duelo como de los 18 anteriores, reflejados Roger Federer, estandarte la técnica y la clase en el tenis, llorando desconsoladamente.

Seguramente el de Basilea sea el tenista al que más admira Nadal, y precisamente por ello, Rafa no daba crédito a lo que estaba ocurriendo cuando escuchó a su rival decir "esto me está matando..." para, acto seguido, romper a llorar. Lo intentaba, pero en lugar de palabras, brotaban las lágrimas.

Federer no odia a Nadal, pero mientras el joven español se ve laureado torneo tras torneo, y se va convirtiendo en una auténtica leyenda del tenis, Federer contempla con impotencia cómo su propia carrera va perdiendo fuelle. Y a pesar de ese gesto serio al que nos tiene acostumbrados, esta situación no le deja impasible ni siquiera a él.

A nadie le gusta perder, a nadie. Pero mucho menos gusta ver cómo se llevan lo que un día fue tuyo. Eso, además de molestar, duele.

1 de febrero de 2009

La nieve no va conmigo

Desde que soy un poco más periodista de verdad (el 1 de diciembre empecé a trabajar como becaria el la sección de Deportes de El Mundo, en la versión digital del periódico), ya casi no escribo en el blog. Y además estoy volcadísima con el fútbol, no paro, me paso el día entrenando o jugando partidos hasta el punto de que a veces me duele hasta el mero hecho de estar de pie.

Maldito invierno. A parte de éste, sólo he vivido 21 más, pero de verdad que no recuerdo ninguno tan duro. ¡Me río yo de Al Gore y el cambio climático...! Hasta el mes pasado, nunca había visto nevar tantísimo, y mucho menos había visto Madrid, mi barrio, mi parque, así de blancos.

Tampoco había sacudido nunca mi abrigo mientras veía caer copos de nieve al suelo.
Mucho menos me había visto incomunicada, teniendo que plantearme dejar abandonado a mi pobre Ford Escort en el barrio de Hortaleza, donde trabajo, para volverme a casa en metro dada la peligrosidad del trayecto debido al estado de las carreteras.


Me parece raro todo, como de mentira, como cuando caminaba por las calles de Nueva York y, a pesar de estar pisando el suelo firme, me daba la impresión de que no era real... Es difícil de explicar.

No sé cómo la gente de los países nórdicos consigue acostumbrarse a vivir en este clima. Ahora estoy leyendo 'La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina', la continuación de 'Los hombres que no amaban a las mujeres'. Ambos libros se desarrollan en Suecia, país al que pertenece su fallecido autor Stieg Larsson, y país que admiro -pienso que son un paso más en la evolución social de la Humanidad-, y me fascina cómo el ser humano es capaz de hacerse a temperaturas tan extremas, y sobre todo, soportarlas de continuo, todos los días de su vida. Yo odio el frío, me paraliza, me quita las ganas de todo; si supiera que este clima no va a desaparecer de aquí a unos meses, estaría muy deprimida, de verdad. Necesito el sol y el calor. Y quitarme la ropa.

La verdad es que este post no tiene mucho sentido, será que estoy perdiendo la práctica. O que tengo tantas cosas que contar que no sé por dónde empezar...